Mi vida es tuya

Casi como una declaración de amor. Así es el título de esta entrada. Y es que no hay duda de que eso es lo que se siente una vez que te conviertes en madre/padre.

Sin embargo, aunque es un tema al que seguro recurriré, esta vez no voy a hablar de ese precioso sentimiento de la paternidad. Hoy me toca hablar de una parte más complicada.

Y es que da igual lo muchos que quieras proteger a tu bebé. Un niño es un niño, y siempre hay miles de riesgos a su alrededor. La angustia y el miedo es un sentimiento que también aprendes, con un nuevo sentido, al convertirte en madre (como escribo yo, hablo como madre pero, por supuesto, lo mismo se aplica al padre).

Resulta que los peligros amenazan en cualquier esquina. Siempre hay alturas, caídas, enchufes, fuegos, riesgos,… pero, sobre todo, hay virus. Miles de virus les acechan en cada rincón.

Resulta que, por muy sano y fuerte que sea tu bebé, en cuanto comienza a relacionarse con los demás niños, los contagios empiezan a encadernarse. Comienzan en Septiembre y terminan en… ¿la Universidad? Jeje, imagino que algo antes.

Da igual empezar en la guardería, en el colegio o en el parque. El algo imposible de evitar, además de que, creo que sí, es algo necesario. Es la forma de que nuestro cuerpo comience a inmunizarse.

El caso es que Emma está pasando por este largo proceso de inmunización. Aunque la mayoría de las veces es algo leve, que le obliga a quedarse en casa tranquila, descansando y jugando (vamos, ningún sufrimiento), hace unos días sufrimos una experiencia muy desagradable.

Emma tenía fiebre alta, algo poco habitual. Estaba más parada y mimosa que de costumbre pero, hasta aquí, todo normal. El día se acababa y comenzábamos la rutina de ir a dormir cuando, de pronto, sin aviso, en brazos de su padre Emma empezó a convulsionar.

Quizá sólo fueron 2 minutos, quizá más, pero duró una eternidad. Totalmente ida, con mirada perdida, y ardiendo, nuestra pequeña sacudía los brazos y las piernas sin razón, cortándonos la respiración por el pánico. En ese momento das tu vida por ella.

Gracias a Dios, en 20 minutos estábamos en Urgencias, donde consiguieron que bajara la fiebre y nos explicaron la «normalidad» de esta situación:

Son Convulsiones Febriles. 

Médicamente, una respueta del cerebro provocada por la fiebre, que suele ser causada por infecciones comunes, generalmente sin importancia (así nos los explica el folleto informativo que nos dieron).

Extraoficialmente, como me lo explicó una amiga y madre que ya ha pasado por esto, son niños con el «termostato estropeado» (by Ana S.)

El caso es que, gracias a Dios, es algo que no deja secuelas pero que, sin embargo, puede seguir pasando hasta los 6 años…

Puedo decir que en ese momento de angustia mantuve la calma (o algo así). He de reconocer que conocer de antemano la situación permite pensar fríamente. Por suerte, no hacía mucho tiempo que varias amigas me habían hablado de estas convulsiones.

Y es que a veces, que las madres seamos tan pesadas hablando de nuestros hijos y sus cosas, no es tan malo…

Mamá, como me pongas una capa más...
Mamá, como me pongas una capa más…

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