A lo largo de nuestra vida hay domingos para todos los gustos.
Los primeros años, cuando lo mismo da lunes que viernes, el domingo es un día más en el que levantarse «bien temprano».
Más tarde, pasan a ser días sin clase, divertidos, aunque a última hora siempre toca hacer los deberes.
Años después, los domingos empiezan a las 15:00, tu familia a gritos te llama para comer: ¡¡¡que ya va siendo hora!!! Y tu cuerpo, que no responde, sólo quiere volver a dormir.
Cuando eres padre, los domingos, en los que antes podías hacer mil cosas (limpiar o no limpiar, salir, ver la TV toda la tarde,…) de pronto se quedan sin horas. Hay que ir al parque, comer a la una, jugar detrás de los pequeños, sin llegar a hacer nada de lo que durante la semana habías planeado hacer.
Y por último, están los domingos como hoy, en los que te cambian la hora, te descontrolas, no te aclaras con el reloj y el día va a su bola. Hoy tienes que mirar diez relojes a la vez para asegurarte de que has hecho bien el cambio. Y tendrán una hora más pero, a mi sigue sin darme tiempo a nada.
Por eso, estos domingos, lo mejor es dejarse llevar:
Ponerse guapo.

Salir a la calle.

Y disfrutar.

Que mañana… Dios dirá
;0)